Archivo de la etiqueta: HISTORIAS

MIS PADRES SUS HISTORIAS

 LIBRO: LOS RELATOS DE LA SIERRA

AUTOR: Jesús de León.

I

A VECES VAGO SOLO POR LA CASA. EL SILENCIO HACE MAS SOLIDAS LAS paredes, más amplios los espacios y, a pesar de eso, en los momentos amargos, siempre me ha parecido tan pequeña, tan estrecha. Creo que la casa está viva, que desarrolla sus propias emociones.

Así ocurrió la víspera de la muerte de mamá. Ella llevaba en coma mucho tiempo. Papá y yo nos turnábamos para cuidarla. Un día regresé después de la más pesada guardia en el hospital, una vecina me preguntó:

¿Hubo fiesta anoche en tu casa?

¿Fiesta?-pregunté.

-Sí, escuchamos música, risas, conversaciones-arrugó el ceño y agregó-: ¿Qué celebraban?

Hasta que me avisaron que mamá había muerto, entendí. Fue una fiesta de despedida hecha en la casa en honor a su dueña. Como si ocurriera en un buque a bordo del cual, antes de zarpar, la madre se despide del único pasajero que queda en la tierra: yo.

 

II

MI MADRE FUE UNA OBRERA QUE TRABAJÓ EN UN TALLER DE FABRICACIÓN de ropa masculina. Después se hizo modista. Mi padre era campesino, pero durante las malas rachas trabajaba de cantinero.

Cuando mis padres se casaron, los amantes ideales eran la Doña y el Señor Presidente, máximos emblemas del “desarrollo estabilizador”. Se vivía el apogeo de la música arrabalera. Los mambos de Pérez Prado y canciones lamentosas y peleoneras como “Mi dicha lejana” y “Mis noches sin ti”. ¿Qué esperan? Conforme a eso he vivido.

Cuando se casó con mi padre, mi mamá era viuda. A su primer marido lo mataron de un balazo en la frente. No se pasó la vida enlutada y rezando por dos razones muy sencillas: tenía veinticinco años y se vivía la gran efervescencia de los ritmos bailables.

Así que encogiéndose de hombros, dijo:

-El que sigue.

No sé cuántos seguirían, pero aquel que iba a ser mi padre utilizaba cualquier argumento con tal de no ir al baile.

-No te llevo a bailar porque no tengo ropa.

Mamá lo comprometía regalándole alguna prenda y así, ella por el interés del baile y él por el interés de los obsequios, se iban a bailar al salón de la Sociedad “Manuel Acuña”. Piense el lector de que circunstancias tan aparentemente insignificantes depende que nazca o no un escritor. De que en una ciudad como Saltillo, tan adormilada en su provincianismo, exista un salón de baile con el nombre de nuestro poeta más destacado y que, de pronto, al adolescente de 18 años, que era entonces papá, le gustara estrenar ropa y una modista de veinticinco años aprovechara su sentido del ritmo para adelantarse a su época y tomar la iniciativa y la vida en sus manos.

III

EN EL RECUERDO MAS REMOTO, VEO A MAMA FRENTE A SU MAQUINA DE coser, con rizos a la manera de Rosita Fornés y escuchando en el radio “A la orilla de un palmar”. Ella soñaba con tener una familia muy numerosa, pero sólo pudo tener dos hijos. Mi hermano y yo nacimos en casa y fue una comadrona llamada Leopoldina quien nos trajo al mundo. Los maridos se oponían a que sus mujeres se aliviaran en las clínicas, argumentando que podrían cambiarles a sus hijos. En realidad estaban encantados de que las parteras se fueran a vivir a casa de las parturientas para remplazarlas en todos sus quehaceres, incluidas las tareas conyugales.

Después de su segundo parto, mamá quedó delicada de salud. Un par de tías solteronas que vivían con nosotros se encargaron de atendernos. Mi madre era simplemente el ojo vigilante que no dejaba a sus hijos ni a sol ni a sombra. Por culpa de ella fuimos un par de niños pulcros y bien presentados; de lo contrario, su acoso podría volverse enloquecedor. En cambio, papá siempre fue la libertad absoluta. Rara vez lo veíamos en casa. Vivía libre y nos dejaba libres.

Por ser el mayor, me tocó estar más cerca de las pugnas de mis padres, sufrir sus distanciamientos, llorar cuando internaban a mamá en el hospital. Me hubiera gustado tener a alguien que me diera la mano con ellos. De cualquier manera, mi hermano me ayudó a ver las cosas con más calma.

Por las noches el mundo era hermoso. Yo dormía con una tía, mi hermano con otra y mi papá con mi mamá. Había en la casa tres matrimonios entre mujeres maduras y despóticas con hombres irresponsables y anárquicos. O tres nanas, cada una con su niño.

A pesar de estar enferma, mamá nunca dejó su trabajo de modista. Su energía la reservó para eso. Mi hermano y yo pasábamos las tardes jugando en un inmenso solar. A veces terminábamos peleando y ella interrumpía su labor de costura y nos medio mataba a garrotazos. La manera en que nos desquitábamos era muy sencilla: espiábamos a las mujeres que se iban a probar ropa. Más de una nos hizo el número completo.

Así era todo: papá cuidando la huerta o trabajando en el bar, mamá patrocinando nuestra educación sexual y nosotros creciendo ajenos al destino que nos amenazaba: la escuela como fatalidad, como prisión.

 

IV

UNA VEZ ESCUCHÉ DECIR A MI AMIGO SERGIO QUE LA PRINCIPAL DEUDA que tenemos los narradores norteños es con la tradición oral. Además de que, a un nivel más particular, el escritor termina por darle un estatus literario al habla que ha oído en su ámbito familiar. Yo tengo testimonios que pueden apoyar esa tesis. Mamá era una extraordinaria narradora. En familia nos pasábamos tardes enteras disfrutando de las palabras, gestos y ademanes con que mamá narraba las peripecias de su primer marido, aquel contrabandista de la frontera cuyo cadáver balaceado recibió ella en sus brazos, y los problemas que tuvo después para aguantar al “pan con atole” que era papá. Dicho sea de paso, ninguna comida le parecía a mamá tan desabrida y carente de gracia como ese austero alimento.

Mi madre me dejó una imagen persistente que no he logrado explicar del todo. De ser una persona tan viva, tan vital, que embrujaba a mis amigos con sus historias, de buenas a primeras sucumbió al coma, al silencio. Cerró los ojos. Tuvo que ser internada, pero las historias seguían en su mente, repitiéndose obstinadas, como lo demostraban las lágrimas que fluían de sus ojos cerrados, que ya nunca se volverían a abrir.

¿Qué recordaba? No lo sé. Ella, como mi padre, murió a su manera. Justificándose más allá de mi incomprensión, más allá de mi afecto, como si miraran, por encima de mi vida, un paisaje que yo jamás vería. Para mí eso representa la ausencia de mi madre. Haber estado junto a ella y, sin embargo, no poder ver lo que vio, lo que ya no pudo contarme.

V

SI MAMA ERA ENVOLVENTE PARA NARRAR, PAPA NO ERA TAN PARCO. SI yo hubiera seguido su estilo de contar historias no tendería a lo abrumadoramente atroz. Entre mis primeras aspiraciones como escritor, estaba el hacer cuentos de ambiente gótico. Me di a la tarea con toda seriedad y, además, tenía varias cosas a mi favor. Vivía sólo en una casa vieja y lúgubre en la que habían muerto varios de mis parientes y en la que, para colmo de lo tétrico, también yo había nacido. Así pues, cerré puertas y ventanas, me puse bajo la lámpara de luz oblicua y, cuando estaba a punto de arrancarme escribiendo, aparecía en la puerta la geórgica figura de papá, diciendo: “Ahorita vengo, voy por la leche”.

Ni modo, los vampiros volaban, los muertos regresaban a sus tumbas y yo que quedaba inmerso en un ambiente de mugidos, balidos y un fuerte olor a pastura durante el resto de la velada. Al rato, papá volvía con su sombrero y sus botas vaqueras, su camisa a cuadros y su paliacate en el pescuezo, cargando la olla de la leche humeante todavía.

¿Cómo resolver este bucólico dilema? No tenía tanto dinero como para comprar un órgano tubular. Encajarme una estaca en el pecho me habría traído problemas. Pedirle a papá que se pusiera una máscara como el fantasma de la ópera no hubiera funcionado, porque lo delatarían sus bigotes de brocha de encalar.

Me fui a una tienda de disfraces y le pregunté al empleado:

-¿Tiene algo que se parezca a un hábito de monje?

-Sí, tenemos varios. ¿Cuál le gusta?

Elegí el más oscuro y polvoriento. No le entendí muy bien al empleado, pero parece que era muy similar al que usaba José Vasconcelos en la última parte de su vida. Venía con el flagelo incluido.

-No gracias-le dije al empleado-. Flagelos no necesito, ya tengo los suficientes.

Convencer a papá de que usara aquel atuendo no fue difícil. Al fin y al cabo, sólo lo necesitaba para pasar frente a mi cuarto; después podía quitárselo, colgarlo en un clavo de la pared y seguir su camino como le pareciera.

Nunca llegué a enterarme si se lo ponía en la calle. Lo más que hubieran pensado era que andaba crudo y, como dijo don Alí Chumacero, el crudo es un animal sagrado. Mi ambiente estaba completo. Frente a mí, de vez en cuando, pasaba una especie de monje cargando una olla humeante. Inmerso ya en la atmósfera adecuada, empezaba a escribir. Y así me seguía hasta la madrugada.

VI

EL ALCOHOLISMO DE MI PADRE SE ACENTUÓ Y, EN UNA DE ESAS ANDANZAS, sufrió aquella grave caída. No le tenía nada de confianza a ese médico que habría de operarlo. Le parecía demasiado joven e inexperto.

-¿Es usted el que me va a operar?-le preguntó papá al médico.

-Por supuesto, ¿por qué? –le respondió el doctor.

-La mera verdad- y lo barrió con la mirada-, usted tiene más cara de chivo que de pastor.

Y no le falló el diagnóstico. Lo operó un chivo y se lo llevó patas de cabra. Ojalá Dios lo tenga en su santa gloria (Que si de veras lo tiene allá, dudo que esa tal Gloria siga siendo santa).

VII

VOLVAMOS AL GÉNERO GÓTICO. LA PREGUNTA SE IMPONE. ¿ES NECESARIO tener una atmósfera? ¿Qué tanto depende la literatura gótica del ambiente específico? ¿Tenemos que ubicar obligatoriamente nuestros cuentos en Transilvania, aunque vivamos en Ramos Arizpe? ¿Hay que disfrazarse de Bram Stoker, Edgar Allan Poe o Gustav Meyrink para acometer el género con el debido éxito? ¿No estaría corriendo el riesgo de que me pasara lo que le pasó a mi amigo, el lagunero Paquito el de los cuentos, cuando quiso convertir al mismísimo marqués de Aguayo en una especie de Jinete sin Cabeza, pero con cabeza?

¿Acaso tenía yo el derecho de convertir a Manuel Acuña en una ánima en pena vagando por las ruinas del Teatro García Carrillo? ¿Y qué decir del Varón de Cuatrociénegas, ultimado en una oscura noche en Tlaxcalantongo? ¿O de Francisco I. Madero recibiendo el dictado de su hermano difunto?

Las respuestas a estas preguntas me las daría más tarde papá, al demostrarme que no necesitaba ni de hábito de monje ni de ambiente crepuscular (ni siquiera la jodida olla de leche) para protagonizar una historia de terror. Le bastó simplemente con agarrar la borrachera.

VIII

¿SABEN LO DIFICIL QUE ES CUIDAR UN MORIBUNDO EN EL HOSPITAL CUANDO no se es enfermero del Seguro Social? No se los recomiendo. Yo tuve que lidiar con papá que iba a ser operado. Poco faltó para que yo entregara el equipo. Apenas se vaciaba el hospital, quedando sólo las enfermeras y médicos de la guardia nocturna, comenzaba para mí el suplicio. A altas horas de la madrugada papá invocaba a los muertos. Iban apareciéndose en el cuarto, ocupándolo poco a poco con su ausencia hasta que aquello quedaba saturado de espectros: tíos, primos, abuelos…Papá se dirigía a cada uno de ellos por su nombre y esperaba respuesta. Yo tenía que estar allí como moderador de aquel panel espectral, hasta que la presencia de los ausentes se volvía opresiva y, en un momento dado, no sé cómo ni cuándo, empezaba yo a gritar, a caminar de un lado para otro, moviendo los brazos, como si quisiera dispersar una gruesa cortina de humo: “!Ya basta, cállense, lárguense!”

No podía dejar sólo mucho tiempo a papá. Por efecto de los medicamentos o de la anestesia-el dolor de una pierna rota es muy intenso-, él había perdido la noción de dónde se encontraba. Todo se confundía con cosas del campo.

De pronto decía: “¿Qué hace esta rama aquí?” Y tumbaba el tubo que sostenía el suero. “¿Por qué tengo este lazo enredado?” Y se arrancaba el catéter. Eso, para no hablar de que confundía a las enfermeras con borregos y a los doctores con chivos.

Como consuelo, me quedaba que me había ido peor con mi abuela y con mamá. A la abuela las noches se le volvieron días y mamá estuvo sumida en un coma tan profundo que uno tenía que ir personalmente a cambiarla de posición. Había que moverla para que no se le hicieran llagas y aspirarle con un aparato la mucosidad para que siguiera respirando.

Una noche papá recibió la última visita ultraterrena. Supongo que él y mamá se pusieron a platicar como esas noches en que él llegaba de la cantina y ella cerraba su máquina de coser dejando preparados los trabajos de costura que iba a entregar al día siguiente. Después proba blemente mamá lo debe haber regañado por ser tan torpe e irresponsable como para sufrir una serie de fracturas.

-¿No entiendes que los muchachos están cansados de cuidar inválidos? ¿Ya viste la cara que carga Jesús?

-Tienes razón. Si ese muchacho no se cuida, en especial de esas compañías tan raras con las que anda, uno de estos días nos va a dar un buen susto. Imagínate, la última vez metió a la casa a un crítico literario. Tenemos que ayudarlo.

-¿Y qué piensas hacer?

Papá se encogió de hombros.

-Vámonos.

-¡Así nomás!

-Claro, ahora no me queda el pretexto de que no tengo qué ponerme. No sé. Piénsalo. ¿O quieres que andemos por aquí de ánimas en pena?

El espectro de mamá suspiró y meneó la cabeza.

-El mismo atole con pan de siempre-dijo- . Está bien. Vámonos. Felipe quiere conocerte. Tal vez puedas aprender algo de él.

-Tienes razón nunca es tarde.

Al terminar de escribir este diálogo. Me pregunto: ¿de veras lo imaginé, lo soñé o me tocó presenciarlo? Es mejor no sacar conclusiones. No quiero acabar como papá invocando otro desfile de espectros.

IX

FUE EL DIA DE LOS MUERTOS. ESTABA LIMPIANDO LA TUMBA FAMILIAR, MUY tranquilo. Al lado de la tumba se ubica la del primer marido de mamá. Siempre me pregunté por qué ella no quiso enterrar a su primer esposo en la cripta familiar y prefirió comprar un terreno al lado de ésta para sepultarlo. ¿Sería por la fama de narco, contrabandista y satánico que el tipo tuvo en vida? ¿O temió que el resto de la parentela le reprochara meter en la cripta familiar un cadáver con un plomazo en la frente? Para no hablar de la niña que se le malogró, puesto que ella estaba embarazada al momento de saber la noticia de la muerte de Felipe (así se llamaba su primer pelado) y quien, según ella, le pidió en sueños a la criatura para llevársela. El caso es que cuando despertó, el producto ya se había malogrado.

A la niña si la enterró en la bóveda familiar y no puedo sino manifestar mi extrañeza ante las decisiones de mamá. La tumba en la que enterró a Felipe es una réplica exacta de la otra. Son tumbas gemelas. Al grado de haber provocado una incógnita que hasta la fecha no sé cómo resolver.

Cuando murió mamá, papá y yo nos enfrentamos al problema de donde enterrarla, si con su primer marido o con el resto de la familia. Papá, con ese carácter tan suyo, dejó el problema en mis manos.

-Si quieres, déjala con Felipe. Al cabo que no soy celoso.

Quizá no hubiera opinado lo mismo si hubiera leído aquel verso de Quevedo que dice:

Polvo serán, más polvo enamorado…

Temeroso de que hubiera en verdad un amor constante más allá de la muerte, preferí enterrar a mi madre en la cripta familiar. Algunos años más tarde, cuando yo andaba limpiando las sepulturas, llegó una tía del rancho, con un enorme ramo de crisantemos, y me preguntó:

-¿Dónde está enterrada tu mamá?

-Aquí-dije señalando la cripta familiar.

Después de colocar las flores, mi tía contempló las dos lápidas y llamó a su hijo quién cargaba otro ramo.

-Éstas son para tu papá. ¿Dónde está?

No supe que responder. Mi tía arrugó el ceño.

-No lo habrás enterrado con Felipe, ¿Verdad?

De regreso a mi casa, medité: si papá y mamá están enterrados en el mismo lugar, lo más probable es que ella en este momento esté saliéndose con todo y cajón de la cripta familiar para mudarse a la tumba de al lado, porque como dice el dicho “más vale malo por conocido que este atole con pan…”

Cada que mi hermano Carlos me llama para recordarme que se acerca el 2 de Noviembre y que debo cumplir con mi deber de arreglar las tumbas, siento como si la familia entera hubiera echado sobre mis hombros la tarea de decidir dónde se entierra a cada quien. Me rebelo un poco ante esta tarea y me pregunto ¿en qué jodida cripta, tumba o pozo me irán a echar cuando me muera?