Alex Goodman
El otoño ya se dejaba sentir. Por momentos el sol era radiante, pleno. Pero el viento era frio, y la nubosidad se empeñaba en aparecer, haciendo que los cambios de temperatura fuesen más bruscos de lo acostumbrado.
Aquella mañana, Andrea se levantó como era su costumbre: Muy temprano. El despertador azul de la mesita de noche le indicaba que eran ya las 5 de la mañana, y el día debía empezar. Extendió su mano y apagó el zumbido de la alarma, al tiempo que intentaba despertar.
Camino unos pocos pasos para entrar a su baño. Realmente era ahí donde empezaba a despertar. Si miró, como siempre, al espejo y notó que había un poco más de canas que ayer, y su tinte debería ser retocado lo antes posible. Eran muy pocas, pero no le gustaba sentirse así. Por ello, seguía su rutina de observar sus senos ante el espejo. Estaba enamorada de ellos, grandes, redondos, con unos pezones que le gustaban mucho a ella, y que acariciaba fervientemente al acostarse cada noche. Su cuerpo, realmente le gustaba. No era esbelta, para sus 49 años, pero tampoco obesa. Pesaba 76 kg. Para muchas, estaba gorda. Pere ella, estaba bien. Para muchos: Tenía la consistencia perfecta mezclada de sensualidad, volumen, y firmeza.
Abrió su regadera. El agua caliente empezó el delicado transito por su piel, y sus sensaciones se hicieron más vivas. Ahora sí estaba despierta. Notó con una sonrisa que sus pezones se erguían firmes al contacto con el agua, y disfrutaba ésa sensación. Lo mismo que el acariciar su bajo vientre ante la humedad y temperatura del agua. Andrea es en esencia, una mujer normal, ardiente, cálida, y emocional.
Disfrutó su baño, y se enfundó en su bata favorita. Ésa bata color rosa que había comprado en su último viaje a Houston, y que le había enamorado a primera vista en aquella tienda de la avenida 36. Siempre había querido tener una así, cálida, suave, de ése dulce rosa-salmón, sin grandes adornos, y cuello satinado. Venía con sus pantuflas a juego. Todo ello, lo disfrutaba al tiempo que alguna tonada se venía a su mente. Adora cantar.
Su café estaba listo. Pan tostado, mantequilla, papaya, sandía y yogurt. Miel de abeja, y granola. Todo lo que apetecía para un desayuno energético que le daría fuerzas hasta el mediodía, en el trajín de su agencia de viajes. Como propietaria, debía poner ejemplo en muchas de sus actividades.
El viaje al closet era más demoledor. Como cada mañana, se sentía atrapada de su guardarropa, que era extenso. Pero a ella le parecía, como a la mayoría de las mujeres, que “no tenía nada que ponerse”. Escogió un traje discreto, en azul marino, con una blusa a rayas grises y blancas. Así, sin grandes escotes, su traje de ejecutiva marcaba su silueta sin enseñar piel, pero dejaba soñar a los más observadores, que su ropa interior era más anímicamente seleccionada. Su coordinado blanco, de encajes suaves, no lograba ocultar el contorno de sus pezones del todo. Y su pubis, depilado cuidadosamente cada semana o más, se adornaba con una tanga discreta, que efectivamente adornaba ésa parte de su cuerpo.
Maquillarse es para Andrea una rápida experiencia matinal, porque no requiere de grandes trucos para verse perfecta. Su cutis se mantiene lozano, perfecto, gracias a su cuidada nutrición y ejercicios, y su sonrisa siempre está presente. Así, en poco tiempo, estaba lista para salir al trabajo.
Su auto blanco era también un adorno a su belleza. El auto era su cajita de cristal, o su aparador, donde Andrea se pasea por el mundo, y al mismo tiempo parte de su oficina. No es la clásica mujer que habla por teléfono todo el tiempo, sino que medita sobre su vida actual mientras conduce, y toma decisiones de su negocio. El auto, limpio, impecable, que siempre quería poseer: Un Chrysler 300 modelo 2012, Blanco con interiores en piel negros.
Al llegar al edificio de su oficina, se estaciona con cuidado. Abre la puerta del auto, y siempre sonriente, camina con gracia hacia su oficina. Sus tacones marcan el ritmo. Sus caderas marcan su influencia, y le dan seguridad en su entorno. Andrea siente sus movimientos corporales como un baile en el que disfruta el contacto con el viento, y las miradas de los curiosos.
Al entrar a su oficina, se transforma en una ejecutiva brillante, sonriente, amable. Sus clientes la buscan porque siempre tiene una solución a sus problemas, o una buena recomendación para ellos. Sus empleadas en la agencia, jóvenes, y mayores, siempre tratan de seguir su ejemplo.
Sonríe una vez más al llegar a su escritorio, y observa la flor que cada mañana sus asistentes colocan como bienvenida. La jornada está por comenzar…Y yo, no puedo seguirla observando…
NO SABE LO QUE CAUSA
El día normal de Andrea es lo más alejado de la rutina, pues siempre suceden inesperados momentos en su Agencia que la hacen mantenerse alerta. Trata siempre de mantener un clima de cordialidad y apertura entre sus empleados, y clientes, lo cual ha prestigiado a su Agencia como una de las más serviciales en el mercado regional. Todo ello, producto de su visión para los negocios, y la cordialidad de su trato.
Sin embargo, esa mañana no era común. El sol comenzaba a sentirse cálido, pese al viento fresco y suave del exterior. El saco azul marino escogido durante su viaje al closet, ya yacía en el perchero y su blusa dejaba mostrar sutilmente el encaje de su bra, y el volumen de sus senos. Nada fuera de su lugar. Nada fuera de lo común.
Andrea revisaba su Estado de resultados del mes pasado cuando recibió la llamada de su asistente, Gabriela, quien le informaba que le buscaba su amiga Miriam. Andrea se turbó por un momento, y accedió a recibir la visita. Cerró el folder con los documentos en su laptop, y se dio una rápida mirada al espejo para comprobar su aspecto, que siempre es impecable.
– Hola corazón. Le dijo Miriam, al tiempo que extendía los brazos para abrazarla.
– Hola Miriam. Respondió
No recordaba con exactitud la fecha de su última cita con Miriam, pero debía ser algo más de tres meses. Miriam era la esposa de un muy buen cliente de su agencia, y había empezado a entretejer una buena relación con Miriam a raíz de manejar la agenda de eventos y viajes de la compañía. Eventos que en muchos casos, organizaba Miriam.
Era alta, exuberante, desenvuelta, pícara. Tal vez el estereotipo contrario a Andrea. Pero se entendían a la perfección, y juntas habían tenido muy buenas experiencias en la organización de eventos, y ahora se planeaba incluso un lanzamiento publicitario multiregional. Por ello, y ante el buen negocio que ello podía representar, Andrea había accedido a iniciar la planeación del estudio.
– No vengo a hablar de negocios, Andrea. Necesito de tus consejos como mujer. Le dijo.
Andrea se sorprendió un poco de escuchar aquellas palabras de quien creía una mujer completa, satisfecha, y feliz. Siempre se lo había parecido así.
– Mi esposo tiene una amante, Andrea. Estoy segura de ello. Tú sabes que él es ardiente en extremo, o al menos lo era, porque desde hace dos semanas, apenas y me toca. Me le insinúo como siempre, o más que siempre, y nada. Estoy segura que una de ésas asistentes de las que se rodea, jovencitas, ya se enredó con él. Puedes creerlo?
No era fácil para Andrea asimilarlo, así tan de golpe. Si bien, los conocía a ambos, no creía que su esposo fuera una persona así. Trató de recordar al grupo de jóvenes que llevaban la publicidad, la agenda, los servicios, etc. De la compañía del esposo de Miriam, pero no encontró una que diera el tipo de “mujer cazadora” de millonarios.
– Miriam. No lo puedo creer. Y es más, creo que te estás adelantando en tus juicios. Ni siquiera tienes pruebas que puedan argumentar sólidamente lo que dices.
Apenas escuchó eso, Miriam se quitó el vestido y le dijo: -Andrea: Tú crees que mis encantos ya no son lo suficientemente seductores?
Miriam era en extremo exuberante, sensual, y ésa mañana lucía una lencería muy cara, que le favorecía en color, textura, y al ser cuidadosamente seleccionada, resaltaba enormemente los pechos voluminosos y bien cuidados, de Miriam. Descubría su cintura, breve para sus 45 años, y un vientre poco abultado producto del ejercicio, y de tres hijos. El perfil era muy atractivo. Pero para Miriam ya no lo era tanto.
Miriam sollozaba contándole a Andrea sus presentimientos, el advenimiento de su ruina como mujer, el sentirse sustituida, engañada, y el desconcierto sobre cómo iba a enfrentar su futuro. Ya hacía planes para vivir sola, cuando Andrea la interrumpió:
– Miriam. Acaso no estás yendo demasiado lejos? Me acabas de decir que “sospechas” de tu marido, pero no que te haya pedido el divorcio, o que lo hayas sorprendido poniéndote el cuerno. Qué te dice él?
Bajó la mirada. No supo que contestar.
Tal vez Andrea tenía razón, pensó. Por qué había actuado así? No lo sabía. Pero su impulso al sentirse poco atractiva, producto de que en dos semanas no hayan hecho el amor, la había hecho transportarse a otra realidad, que, paradójicamente, no era la realidad.
Andrea, pacientemente, le explicó que muchos hombres dejan de tener relaciones con sus esposas cuando tienen un problema de trabajo, o estrés, o simplemente se sienten cansados, o abatidos por algún malestar físico, o hasta cuando una cana aparece de pronto en sus sienes. Pero, cuando la comunicación no fluye, la mujer inmediatamente piensa que hay “otra” en su panorama, y eso trae una reacción en cadena de malos pensamientos que, en muchas mujeres, las lleva a alejarse de la realidad. Por ello, le pedía que primero hablara con su marido antes de seguir imaginando los posibles escenarios.
Miriam se sintió aliviada de un gran peso. Abrazó a su amiga. Se vistió de prisa, y le agradeció sus palabras.
Para Andrea era fácil identificar que no había tal problema, porque tenía la frialdad para analizar todo el entorno, y porque más de alguna vez le habían dicho que reaccionaba como pocas mujeres lo pueden hacer: Eliminando sus emociones, cuando se le presentaba un problema. Así, la ardiente Andrea de su espacio íntimo, se convertía en la fría ejecutiva en el espacio de su oficina, y viceversa. Ella amaba ambos roles. Cada uno a su tiempo. Cada uno lo ejecutaba a la perfección.
DE VUELTA A LA CALMA
Tomó con delicadeza el vaso de agua mineral que se posaba sobre su escritorio. Volvió a darle una mirada a su flor, para comprobar que aún estaba preciosa. Y respiró profundamente. Ahora pensó: El marido de Miriam era un exitoso empresario, y bastante guapo. Sería capaz de engañar a Miriam ? Habría alguien que le pudiera dar más información?
Recordó que Graciela, la asistente de Mauricio, el esposo de Miriam, alguna vez le había dado información sobre la forma de pensar de su jefe, y que Andrea había plasmado enteramente en las presentaciones que hacía para el manejo de ésa cuenta. Así que no dudó en llamarla y preguntarle directamente: Sabía si su jefe tendría una amante ?
– No Andrea. No conozco nada sobre algún posible asunto de ése tipo. No recibo llamadas extrañas, o que él me haya comentado. Le comentó Graciela.
– Pero, ni siquiera alguna persona que le visite alguna vez, que no haya tenido que ver nada estrictamente con los negocios ?
– Pues… No recuerdo. Pero déjeme pensar un poco, y yo le llamo si encuentro algo que me llame la atención respecto a eso.
Andrea se quedó más tranquila. Volvió a sus actividades.
Ya por la noche, se preparó para salir de la oficina, pasar al supermercado por algunas pocas provisiones que recordaba le hacían falta en su alacena y refrigerador, y, sin perder su estilo, sentía como muchas miradas se posaban sobre ella. Pese a que su atuendo discreto, ejecutivo, en su traje sastre azul marino, no dejaba mucha piel a la vista, seguía siendo una mujer encantadoramente sensual, y lo sabía.
Al llegar a su cama, seguía persiguiéndola el tema de Miriam, pero las preguntas se hacían ahora más recurrentes en su mente:
Miriam era voluptuosa, cachonda, sensible, y dependiente de su hombre. Estaba casada, y se decía engañada, sin haberlo comprobado.
Ella era sensual, elegante, exitosa, y admirada en extremo por los hombres a su paso. Se sentía segura de sí misma, pero estaba ahí, en su cama, sola, cada noche.
Cuál de las dos era mas infeliz?…Se repetía en su interior…

