LA EXPRESION NORTEÑA CANTADA Y CONTADA

LIBRO: PAZOS, REPASOS Y TROPIEZOS

AUTOR: Jesús de León.

 Por mi trabajo en el Archivo Municipal estoy acostumbrado a escuchar el término patrimonio cultural, referido a edificios de valor histórico, reliquias, antiguos infolios o monumentos, incluso partes de la geografía que fueron escenario de alguna batalla o del paso de algún prócer de nuestra historia. Eso para no hablar de aquella parte del patrimonio cuyo valor es estrictamente artístico: pinturas, esculturas, obras arquitectónicas, obras literarias, etcétera.

¿Han oído ustedes hablar del patrimonio intangible? ¿A qué se refieren con intangible? Por un momento pensé en los fantasmas que rondan por el Archivo Municipal. Perdónenme. Si de eso se trata, no voy a tomarme la molestia de catalogar a la enfermera que se aparece en el primer piso ni mucho menos a ese perro negro de ojos brillantes que dicen vuelve loco a quién lo mira. Tengo bastante con mi trabajo regular, que a veces me hace manotear el aire con desesperación como si estuviera espantando moscas.

La música popular como patrimonio intangible

Un amigo se tomó la molestia de aclararme el concepto. Patrimonio intangible es aquella parte de nuestra herencia cultural e histórica que no cuenta con una materialidad fija e inamovible. La Catedral de Saltillo es en tal sentido patrimonio tangible. Lo mismo que las balas de cañón encontradas en los terrenos donde se realizó La Batalla de La Angostura. También los quevedos de Venustiano Carranza o la pistola con que puso fin a sus días el tristemente célebre Ignacio Cepeda Dávila. Dentro del patrimonio artístico hablaríamos de los cuadros de Rubén Herrera o del monumento a la fundación de Saltillo que se encuentra a espaldas de Palacio de Gobierno o de las emblemáticas fotografías de Alejandro Víctor Carmona.

Cuando hablamos de otras expresiones, tales como la música o la poesía, no podemos decir que tengan un sustento material fijo o permanente. Pongamos el caso de la canción popular norestense, que permaneció durante un tiempo considerable como parte de la tradición oral, pasando de padres a hijos y recibiendo añadidos, supresiones o variantes conforme la caprichosa memoria colectiva lo determinaba. No tenía un asiento material propiamente dicho y sería exagerado decir que dicho asiento estaba en las neuronas de sus escuchas o ejecutantes.

Si bien la canción popular no es tangible, es perceptible aquí enfrentamos una paradoja. ¿Cómo conservar para el futuro sonidos y palabras que, aunque provienen del pasado, sólo existen en el presente, mientras se ejecutan y se escuchan?

Codificar, archivar, ¿preservar?

¿Existe una manera de retener y conservar esas expresiones? Se escriben las letras, se anotan las partituras. Los logros de la tecnología han permitido el registro en discos de dichas canciones e incluso su traducción al código binario nos permite archivarlos en nuestras computadoras. Aquí enfrentamos otra paradoja. No estamos guardando las canciones propiamente dichas. Tan solo una serie de claves, de códigos que, si no los dominamos, no podemos volver a extraer esas expresiones actualizándolas en la ejecución o la lectura.

¿De qué sirve un libro de versos a un analfabeta? ¿Para que quiere un cuaderno de partituras alguien que no sabe tocar instrumentos musicales o a quien, sabiendo tocar algunos no sabe leer notación musical? En el caso de las computadoras, sabemos que existen esas pequeñas memorias USB en donde se pueden guardar un sinfín de canciones. Pero si no tenemos una computadora o un aparato compatible con el dispositivo, ese tesoro permanecerá mudo, silencioso. Como si anduviéramos perdidos en el semidesierto coahuilense, sin agua ni comida.

Sin embargo ese patrimonio intangible también es nuestro. Lo sentimos incluso más cercano que otras expresiones de nuestra historia y de nuestra cultura. Como dijera don Francisco de Quevedo “Huyó lo que era firme y solamente/ lo fugitivo permanece y dura”. Los invito a que vayamos en busca de lo intangible.

La cantina: santuario de la cultura popular

Estamos en una cantina a la antigua: paredes de adobe, techo de vigas; sillas y una mesa rústicas. El grupo musical interpreta “Los dos amigos”. Mientras ejecutan la canción, nosotros nos sentamos a la mesa y nos quedamos escuchando. Aplaudimos y comenzamos a hablar.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Hasta dos.

-¿Por qué me trajiste aquí?

-¿No querías conocer los secretos de la cultura popular? ¿Qué mejor lugar para conocerlos que este?

-Estamos en una cantina.

-Que esperabas? ¿Qué te llevara a Fonart o al Museo de las Aves? Te llevaría al Mercado, pero prefiero que antes estemos aquí. Después podemos curarnos la borrachera. ¿Para que hacer las cosas al revés? No es bueno poner la carreta delante de los bueyes, como tu comprenderás.

-Sospecho mas bien que, como dije que los gastos iban a correr por mi cuenta, te estás pasando de listos.

 

 

 

Trabajo de campo: clara u oscura

Estamos en esa parte de la investigación que se conoce como el trabajo de campo: la compilación de materiales en su fuente original y, si no avanzamos en nuestra investigación, la habremos pasado bien. No te preocupes. Te aseguró que valdrá la pena. ¿Le hablamos al cantinero?

-Zurdo, tráenos dos.

El cantinero se acerca y limpia la mesa con el célebre caballo.

-¿Qué les sirvo? ¿Cerveza clara o cerveza oscura?

-¿Es todo?

-¿Para qué quieren más? Los que vienen aquí nunca se han quejado.

-Tráenos unas claras. Lo que es un milagro es el grupo. ¿Qué pasó con la radiola?

-Es que no consigo discos. Como ahora hay puro DVD, mejor me deshice de ella y me traje a estos primos del rancho.

-¿Qué tal andan de repertorio?

-El usual. No van a pedirles una de Luis Miguel, ¿Verdad?

-Sin duda, Zurdo, te refieres a los que tocan música norteña más tradicional.

-Si . Nada de Tex Mex ni mezclas raras. No sabemos distinguir con tanto grupo. ¿Para qué si son los mismos? Aquí nada mas llegamos hasta Los Alegres de Terán y de ahí nos regresamos o de Ramón Ayala y vas p´a tras.

-Ésa es la auténtica cultura popular, no productos efímeros creados por los medios masivos. Nada que perdure o deje huella. En cambio hay tanta historia en las canciones de auténtica raigambre norteña. Gracias, Zurdo. Ái me las apuntas.

-Soy Zurdo, pero no pendejo. Te lo había dicho desde la vez pasada: sirviendo y pagando. Así si baila mija con el señor. ¿Un caldito? ¿Unos taquitos?

-Esa amabilidad no te la conocía. Tráenos las otras y también unos cacahuates.

¿Salados como ustedes?

-No, mejor enchilados, como tú. O pelados, para morir iguales.

El cantinero trajo un plato.

-Que les cueste un poco de trabajo- dijo.

Eran más cáscaras que cacahuates:

-¿No habrá chicharrones?-preguntamos decepcionados.

-Pues tenía cueritos, pero….

Ahí nos enteramos por qué ese cantinero ya no ha querido contratar meseras desde que se fue la Revólver Plateado. ¿A qué se debe el apodo de la susodicha? La mujer era como la pistola del corrido de Luis Aguirre: maciza, de buenas líneas…. Pero con ella al cantinero le salió el tiro por la culata. Lo hizo ver su suerte. Gracias a esas medias plateadas y la minifalda de cuero negro, le consiguió bastante clientela, pero un día la mesera desapareció con todo lo que había en la caja registradora. Dicen que se fugó con un vendedor de DVDs piratas ¿ Por qué creen que el cantinero se deshizo de la rocola?

-Muchachos, ¿Cuántas veces no repitieron aquello de “Adiós revólver plateado, mucho aprecio te tenía”?

Los músicos reaccionan de diferentes maneras. Se ríen, hacen uhhh, chiflan….

-Más veces que la que se fue-dicen-. Menos mal que el cantinero se metió con la Revólver Plateado. ¡Imagínense que se hubiera metido con la Cuerno de Chivo!

Los músicos interpretan “El corrido de Luis Aguirre”. Un personaje que se despide de un hermoso revólver que aprecia porque le trajo suerte. El hombre en trance de muerte agradece los servicios que le prestó su arma. La letra de este corrido es una extraña elegía. El arma sobrevive al hombre que canta el dolor de su separación más que dolerse de su propia muerte.

Rosita Alvírez no hay sólo una

En cuanto a los homenajes al terruño, Piporro ha vuelto célebres dos corridos saltillenses, cosa que nunca harían nuestros historiadores locales que ni siquiera saben cantar. ¿Quién no se acuerda de Rosita Alvírez Murió? ¡Qué extraño el segundo apellido de esta mujer! Pero es al contrario, yo digo que gracias al Piporro Rosita Alvírez Vive. El otro corrido es el de Agustín Bajaba a Caballo. La primera murió por desairar a Hipólito y el segundo por andar de enamorado y tener amigos traidores.

-¿Se saben “El corrido de Rosita Alvírez”?

Los músicos deliberan. Uno de ellos responde “sí”.

-Pues órale, primos.

Lo que son las cosas. Rosita Alvírez no murió a balazos. Cierto historiador asegura que fue a puñaladas. Parece que su muerte no ocurrió en Saltillo sino en San Luis Potosí. Será el sereno. Se me hace que ese amigo esta desvariando. ¿Y si hubiera sido otra? Porque viejas remolonas que se niegan cuando uno las saca a bailar conozco muchas. Es más, las únicas que aceptan bailar cuando uno se los pide son las teiboleras, pero ésas cobran.

Puede que no esté muy equivocado ese historiador. Las canciones, aunque partan de sucesos reales, terminan elaborando curiosos paradigmas. ¿Para qué? Modelos. Imágenes que sintetizan una enorme cantidad de situaciones. Hay muchas Rositas Alvírez que han muerto en diferentes lugares, con otros nombres, en otros bailes. Qué importa si son saltillenses, potosinas o zacatecanas: con nosotros nunca han de bailar.

Aquí entre nos, por eso hay quienes permanecen solteros. Todavía ellas se quejan de que acabemos metidos en las cantinas.

-Soy un espíritu libre. No quiero las ataduras que representan mujer, hijos…

-Ni empleo, cabrón. Andas de aquí para allá porque en ningún lado te aguantan. No hay cantina donde no debas y en la que no debes es porque no te dejan entrar.

Es indiscutible que la cantina se ha convertido en el refugio de la masculinidad incomprendida. Hay algunos que pasan más tiempo en esos lugares que en su propia casa. No se van a vivir a la cantina nomas porque las sillas son muy incómodas para dormir. Pero hay quien lo ha intentado.

-¿Se saben “Mi casa Nueva”?

Los músicos asienten.

-Si son tan amables, por favor.

El grupo interpreta esa popular canción que trata de un norteño abandonado que se va a vivir a una cantina llamada precisamente Mi Casa Nueva y, aunque el hombre en apariencia se encuentra ahí bien acompañado, siente nostalgia de su antigua casa y de la mujer con quien la compartía. La letra dice “Hay un letrero de color en la vidriera y una cualquiera es la que ocupa tu lugar”.

Me parece una canción muy triste. ¿Cómo que con una cualquiera? No, señores. No lo hagan con cualquiera. Aspiren a más.

Agustín Jaime sigue bajando

Me estoy poniendo melancólico. Son cosas de la edad. Los jóvenes suelen ser pendencieros. Ustedes saben: el alcohol en la sangre. “Aquí nomás mis chicharrones”. Nunca falta el borracho de cantina. Sale a relucir el orgullo. Pero también basta con que te saquen una pistola o te pongan una calentadita entre varios para que serenes tus ímpetus. Una noche en los separos da mucho en que pensar. ¡Y esas multas!

Tengan cuidado. No les vaya a pasar lo que a Agustín Jaime. Ese que bajaba y bajaba…Pero a caballo. No como otros que, una vez que se bajan, ya no hay poder humano que los levante. Ése también es un corrido con interesante sustrato histórico. Vamos, muchachos, no creo que se lo sepan. Es más conocido que el monumento a Manuel Acuña.

Los Alegres y el Nocturno

Acuña, me suena…Era un estudiante de buena familia que se suicidó de mal de amores, echándose unos alipuces de cianuro. La mujer por la que se suicidó se llamaba Rosario de la Peña y, antes de morir, él escribió el célebre “Nocturno a Rosario” que es su poema mas famoso, aunque los críticos dicen que no es su mejor obra.

Si no lo han leído (sé que no son muy dados a la lectura, por los problemas de la vista, claro)estoy seguro de que lo han escuchado en alguna cantina de ésas donde había radiolas que parecían dinosaurios. Alguien siempre ponía la canción.

¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro,

decirte que te quiero con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro

que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro

te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.

 

-¿Se acuerdan de la tonada?

Los músicos se miran, asienten con la cabeza y empiezan a cantar. Al escuchar los versos podremos llorar como criaturas. Sólo que en este caso el biberón sería una caguama. Como canción fue inmortalizada por Los Alegres de Terán. Es para cuando estamos solos o muy entonados.

-Mejor toquen la que les dije antes, muchachos. Aquella que cantaba el Piporro.

El grupo interpreta “El corrido de Agustín Jaime”.

 

…Y bajó hasta el sepulcro

Se cree por lo general que la historia que cuenta “El corrido de Agustín Jaime” ocurrió tal y como dice la letra. Pero la realidad siempre es un poco más humilde. Agustín Jaime alcanza alturas de héroe en el corrido, incluso de mártir. No era más que un hombre que cumplió con su deber. Un representante de la autoridad que al parecer, arrestó a un hombre armado que andaba haciendo desmanes en una cantina, con el epílogo trágico de que el detenido encontró la forma de vengarse. Entonces el tal Agustín Jaime no sólo bajo del caballo, sino hasta el sepulcro. Se dan tantos casos de ésos últimamente.

Músicos jóvenes, tonadas viejas

Los muchachos del grupo son muy buenos músicos y, aunque su repertorio es bastante tradicional, se les oye variado. Son de la sierra. Allá se ganaban la vida tocando en los bailes, en los casorios o en la labor. Ahora que el trabajo ha escaseado, bajaron a la ciudad. Están juntando unos centavos para después irse al Otro Lado. Ellos son otro producto de exportación.

La sierra va a estar triste sin su música. Les deseo suerte. No los quiero ver rodando de cantina en cantina. Porque a menos que cambien de repertorio o se disfracen de raperos, no creo que vayan a brincar el charco. Con esas fachas y esos instrumentos, que ni en el empeño les agarrarían, no creo que sirvan ni para la pizca de algodón, ya no digamos para recoger tomates. No quiero que sean carne de “Minute-Man” o como les llamen a esos gringos desgraciados que se la pasan venadeando ilegales. Ustedes son una de las últimas muestras de nuestra más rancia cultura musical. Su aportación al saber regional es casi tan valiosa como los petroglifos, las plantas del semidesierto y los fósiles. Bueno, no son tan viejos. Cuando hablaba de antigüedad no me refería a los señores músicos, sino a su repertorio.

En muchos de los jacales donde tocaban, no había luz eléctrica. Todavía se anda a caballo. Pero también hay lugares con planta de luz y hasta se puede llegar en camioneta. ¿De veras ya no se acuerdan dónde dejaron los caballos? A lo mejor el dueño de la cantina donde tocaban ya los convirtió en botana.

-Supongo que algunas de las canciones que interpretan se las enseñaron sus mayores.

Entre los músicos surge un murmullo afirmativo.

-Cuando yo todavía vivía en el rancho, a mi apá le gustaba cantar “Lámpara sin Luz”, sobre todo después de que mi amá lo dejó.

-¿Qué se hizo la vieja? ¿Se llevó la lámpara de petróleo o qué? A ver muchachos ¿Se la saben? Tóquenla por favor.

Paz y José Alfredo en la misma mesa

Hay muchas formas de embriaguez. Y la buena música, como la buena poesía, es licor para el alma. “Claro y los albures son la botana”, me van a decir. Si seguimos con la comparación, ahora entiendo porque los artistas y los escritores son tan encerrados; tienen todo un congal metido en el alma. No les hace falta salir.

Tal vez exagero, aunque no estoy desencaminado. A eso me refería con respecto al repertorio de los señores del grupo. Si algo es notable en la cultura norestense es la facilidad y la sencillez con que se mezclan lo culto y lo popular. Eso no ocurre más al sur, donde la vena culta y la vena popular siguen caminos firmemente separados y ni siquiera queda la esperanza de que se unan virtualmente como las vías del tren en la línea del horizonte.

Nunca verán a José Alfredo Jiménez y a Octavio Paz sentados en la misma mesa de cantina. Me dirán que está difícil. José Alfredo murió y Octavio Paz, es uno de nuestros más grandes poetas. Un poco antes de morir, recibió el Premio Nobel de Literatura. Había un señor escritor en Saltillo que me decía “ Espero que a mí nunca me den ese premio. Por lo que veo, a los que se los dan se mueren”. “No mi amigo-le dije-. Eso sólo les pasa en Coahuila a los maestros jubilados”.

A lo que me refiero es a que se puede tomar el célebre poema de Manuel Acuña y convertirlo en letra de canción norteña y, si examinamos la letra de “Lámpara sin Luz”, que todos recordamos en la doliente voz de Pedro Yerena, descubriremos que tiene imágenes que podrían rivalizar con algunas de Octavio Paz. Una Biblia sin Jesús. ¿A quién se le podría ocurrir algo tan audaz? Una vez, el mismo señor que no quería el premio Nobel, me dijo: “A lo mejor al tal Jesús se le olvidó el libro o lo dejó empeñado”. Yo le recomendé a ese señor que frecuentara un poco menos las cantinas y un poco más las bibliotecas.

La marcha de Zacatecas y el corrido (del trabajo)

Salidos quién sabe de dónde, se escuchan los primeros compases de “La marcha de Zacatecas”.

-¿No que habían vendido la radiola?

-Ése fue su celular, maestro- me dice uno de los músicos.

-Disculpen. ¿Sí? Ajá. ¿En serio? No la chingues. Así que no aprobaron el presupuesto para la investigación. ¿Quién nos madrugó? Jodidos regios, todo lo quieren para ellos. ¿Y a uno que le dejan? Pero es que ya empecé. ¿Insinúas que se han quejado de mi porque he llegado varias veces crudo a dar clase?¿Como que en mis deducibles no aceptan notas de cantina? Estoy investigando. Sí, claro. Y cuando encontraron aquella antropóloga vestida de teibolera, ¿qué? Dizque también estaba investigando. Llevaré mi caso a Rectoría. No voy a permitir que interrumpan mi investigación cuando apenas están saliendo resultados. ¿Qué que qué? ¿Despedido?

Para pagarles a los músicos voy a tener que dejar empeñado mi celular.

-Muchachos, ¿se saben la de una mosca parada en la pared?

 

Lo fugitivo, lo presente, lo vivo

¿Qué podemos concluir de este recorrido? Que el llamado patrimonio intangible es también nuestro patrimonio más vivo. Como hemos dicho, existe solo en tiempo presente, mientras se ejecuta o se escucha. Sabemos que el presente es esa zona de vientos contrarios donde todo se transforma incesantemente. Los corridos, tanto en su música como en su letra y a pesar de los registros en papel o en plástico, siguen estando expuestos a actualizaciones, añadidos, supresiones o variantes, acaso más lentas y menos caprichosas que las que se daban cuando su único refugio era la memoria, pero no por eso estos nuevos cambios son menos dinámicos o reveladores.

A diferencia de otros patrimonios más tangibles, no dependen tanto de las ceremoniosas efemérides. A Hidalgo y Morelos los recordamos el 15 de septiembre; a Zaragoza, el 5 de Mayo; a Madero, el 20 de noviembre…A Manuel Acuña lo conmemoramos cada cincuenta o cien años y a Julio Torri cuando montamos en bicicleta (es decir, muy de vez en cuando). La música popular no necesita una fecha específica. Se oye todos los días y a cualquier hora. No sólo en los bares, también en casas particulares, en oficinas, en la vía pública y en el interior de una enorme camioneta cuatro por cuatro blindada y con vidrios polarizados y placas de Texas, tripulada por un futuro candidato a protagonizar otra letra de corrido.

Como no quiero convertirme en otro patrimonio intangible y pretendo conservar, por lo menos algunos años más, mi zarandeada materialidad, prefiero poner punto final a estas reflexiones y los invito a que sigan disfrutando de nuestro patrimonio sea tangible o intangible, visible o audible; tocable o paladeable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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