DEL LIBRO: AFUERA HAY UN MUNDO DE GATOS
AUTOR: JESÚS DE LEON.
A dúo con Gabriel y para Idalia Garza
El escándalo surge por la derecha y va perdiéndose por la izquierda. Viene. Desaparece. Vuelve. Las carreras de los gatos desde siempre le han dejado marcas en la cabeza. Sobre todo cuando la riña logra arrancarles el pelo y se desangran infinitamente. Guarda en el alma sus insanos rasguños. El imperdonable frio de su baba transparente. Ser insomne es la principal de sus desgracias. Hay gente incapaz de cantar o de andar en bicicleta. Pero su mal es peor. Secreto porque llega con la noche. Molesto porque duele con los chillidos de los gatos. Se ha impuesto una buena dosis de pastillas. Pero nada. Un hombre como el debe ingeniárselas para gozar de una figura onírica. Su trabajo le pide:
“Guarde su apariencia. Sonría al saludar. Cuidado con sus ojeras”.
Así que para urgencias como ésta, tiene que dormir porque tiene que dormir. La lectura tampoco ayuda en estos casos. De qué sirve abandonar la cama y acudir a una biblioteca formada por casi treinta tomos de Relaciones Humanas y Análisis transaccional. Mejor ver la correspondencia. Revisar los sobres que desde hace días se han deslizado por debajo de la puerta. La gente se preocupa por él y a menudo le envía sus oraciones:
“Ama al mundo”, le dicen, “Amalo con cada gota de tu sangre. Así tu alma fascinada por un místico vuelo, iluminará tu camino y el de quién a ti se acerque”.
Le aseguran que no se trata de una broma. Nada más lejos. Y para cristalizar la buena fortuna, deberá enviar 20 copias a las personas que necesiten ayuda.
Trata de improvisar aviones con los sobres y dibuja en la mente sus diabluras más queridas. De pronto, queda intrigado con un sobre especialmente gordo. Imposible hacer con él un barco. Acaso las solteronas habrán reunido aquí su coraje de años. Abre y se encuentra con una cadena más. Esta vez le quieren narrar un cuento. Así como lo oye. Si es que se pueden oír las palabras escritas en una carta. Deberá conocer la historia que los padres le han dicho a sus hijos desde siempre. Un cuento narrado a su vez por los abuelos y así sucesivamente. Se le advierte que en algunas ocasiones la cadena se ha roto. Pero se han inventado nuevas formas de continuarla. Los profesores de las escuelas la repiten a los niños, para que todos los pequeños refieran a sus hijos este cuento. Un oficial de la NASA envió treinta mil copias de este relato durante su vida. Kate Russel, secretaria soltera de Minessota, mecanografiaba cada mañana la historia y encontró el amor a las afueras del correo. En Samoa, el general Rince se mantuvo con vida después de los cien años sólo para narrar el cuento a los soldados jóvenes. Cada quién puede inventar su propia cadena. Le piden que se vaya quedando dormido. Mañana tal vez sabrá que el mundo puede ser de otra manera, aunque no tenga pruebas.
Comienza a caminar por las profundidades de un bosque. Allá donde crecen los arbustos y las zarzas. Sueña con una comunidad de conejos pequeña pero activa. En el centro existe la casa del abuelo que como todos saben fue el fundador de la comunidad. Porque primero fue solamente un conejo atareado en su trabajo que consistía en adornar huevos de pascua. Después sus hijos le ayudaron a pintarlos. Todos fueron cavando una serie de casas alrededor de la casa principal. Entonces el abuelo tuvo tantos ayudantes que comenzó a buscar otra clase de trabajos.
Enseñó a algunos a pintar las flores y ensayaron nuevos matices de verde para los musgos y los helechos. Los conejos pusieron tan hermosa aquella parte del bosque que Dios se quedaba maravillado con el espectáculo:
“Aquí el suelo y el agua me deben haber quedado especialmente ricos”, decía el Señor convertido en un trueno reluciente.
Ellos lo escuchaban y se reían en silencio.
Pasaron los años. El abuelo se convirtió en bisabuelo. Así es la vida. Pero a pesar de su ancianidad, se encargaba personalmente de dirigir cada primavera la pintura de las flores. Buscaba cada día nuevas tareas. Los enseñó a pintar las hojas del otoño, de morado las del eucalipto, de amarillo las del olmo, de rojo de diferentes matices las del arce. Los conejos iban por el bosque muy contentos con pinceles y botes de pintura y Dios, que pasaba muy seguido por ahí, se alegraba:
“Las noches deben ser aquí muy frías y saludables”, pensaba.
Y los conejitos rieron a escondidas.
Después de una estación llegaba la otra. El invierno les enseño a pintar sombras en la nieve y cuadros de escarcha en los vidrios de las ventanas. También a sacar brillo en las estalactitas de hielo.
Todos se sentaban alrededor del fuego. A los pequeños les entusiasmaban los graciosos cuentos del abuelo. Tanto que querían prolongar indefinidamente las sesiones, pero el abuelo se encargaba de recordarles sus tareas. Había pensado en todo. Tenía equipos entrenados en cada caso. Unos pintaban los primeros botones de la primavera. Otros aguardaban al lado de los capullos de la oruga para darles una pincelada a las mariposas recién nacidas.
“¿Y ahora que se le ocurrirá al abuelo”?, se preguntaban los conejos. Y el fundador de la comunidad se quedaba pensando. Al fin les confesó un secreto a los conejos y conejitas de esa estación:
“Me marcho y les voy a explicar cuál será mi próximo trabajo si me prometen no contarlo”.
Cuando se fue los mayores se pusieron tristes. Los más chicos sonreían entre sí con una mirada pícara, conocían el secreto y lo sabían guardar.
Hasta que un día cayó sobre la comunidad una tormenta. Era la primera vez que llovía y todos corrieron a refugiarse. “¿Acaso la lluvia destruiría la obra del abuelo?”, se preguntaban muertos de miedo alrededor del fogón.
Pero la lluvia cesó y los colores del bosque quedaron bellos y resplandecientes. Las puertas de las casas se abrieron para salir a comprobarlo.
“¡Es cierto!-gritaban bailando de júbilo los pequeños-. ¡El abuelo está trabajando otra vez! ¡Vengan a ver lo que ha hecho!”
Dios pasaba por ahí y volvió los ojos al cielo. Quedó enormemente sorprendido.
“¿Cuándo habían visto una puesta de sol tan maravillosa?” , les preguntó a los conejillos lleno de orgullo.
Ellos lo escucharon y se volvieron a reír.
El abuelo había pintado las nubes y el arcoíris.
Nuestro personaje termina de leer. Afuera los gatos se persiguen como locos para morderse la cola. Después de hacer bolita el cuento, piensa: “Malditas loras, Métanse a la cama con alguien. Deberían aprender lo que significa un estreno a destiempo”.
